lunes, 22 de marzo de 2010

Tragedia en el paso

Corría el año 1904, allá por El Paso, un pueblito de la estepa Patagónica. El pueblo tenía algunos almacenes y cafés además de su pequeño vecindario. No era nada fuera de lo común, excepto el hecho de que era paso casi obligado para los viajantes que venían del sur. El pueblo albergaba muchos viajantes en las temporadas que la peonada viajaba hacia el norte para vender los productos de sus patrones. Había días que en los cafés se juntaban más de 100 peones que recién habían cobrado su sueldo, gastando gran parte en los placeres que les ofrecían en los cafés.

Por las madrugadas era común ver muchísimos peones tirados en la vereda batallando con la resaca del día anterior, con un olor a alcohol tan fuerte que lo olías a muchos metros de distancia. Lo triste era que la mayoría de las noches había alguna pelea entre ellos, causada por el desenfreno de la noche mezclada con cantidades descomunales de alguna bebida barata, por ahí alguna mujer, o alguna disputa por dinero de por medio. Típica situación, pero no por eso algo bueno… Lo que agravaba todo este coctel explosivo era la falta de policía en estos lugares, o peor: la presencia de uno corrupto…

En Septiembre, un día cualquiera, llegaron al pueblo unos 60 peones de 3 o 4 estancias grandes. Manuel Ramos, hombre bien de campo, con unos 30 inviernos pasados, curtido ya de tanto tiempo expuesto a los rayos del sol, al viento y al extremo frío de la Patagonia, sin hablar de sus trabajos como peón. Había venido con los bolsillos cargados con su recién cobrado sueldo y con grandes expectativas de ver a su noviecita que vivía en el pueblo, una muchacha de tan sólo 20 años. Una morenita con rostro hermoso y mirada dulce, era una muñequita, capaz de hipnotizar a cualquier hombre con el que se cruzara. Ángeles Rodríguez era su nombre. Ella siempre soñaba con su gran romance, quería protagonizar su propia historia de amor…

Manuel había estado esperando mucho tiempo para este día. Había trabajado dos años sin descanso, ahorrando hasta el último centavo, yendo al extremo para conseguir dinero. Con sangre, sudor y lágrimas, había conseguido lo que tanto quería, cumplir el sueño de su amada… Tenía un anillo de oro puro con 7 piedras preciosas traídas de África, único, hermoso y exótico. Le había hecho un vestido para la ocasión, el cual lo había copiado de uno que tenía la mujer de su patrón.

Ángeles, ya había conocido a otro… un hombre adinerado del pueblo que le podía dar muchas cosas materiales, alguien que su padre aprobaba, un caudillo: Juan de Dios Zúñiga. Cuando llega Manuel, después de su larga ausencia, se lo hace saber. Le dice que ya encontró un hombre, alguien importante, alguien que le puede dar lo que ella le pide… A ella no le dice más que lo mucho que le duele escuchar eso pues era todo un caballero. Desconsolado e indignado, sale errante buscando consuelo, ahogar ese dolor que lo estaba quemando por dentro, acabar eso de alguna manera.

Después de haber caminado mucho, se termina internando en el café “Facón Grande”. Ya hacía 4 horas que estaba sentado en la barra, pidiendo trago tras trago. El triste intento de ahogar las penas. Pobre Manuel, tenía un aspecto miserable. ¿Quién no lo tendría en su situación? La gente que pasaba a su lado lo veía y hacían muecas, algunos de lástima, otros con mirada pícara de burla. Ya no le importaba mucho, no le importaba más nada. ¿De qué servía la dignidad o el honor, si ya no tenía a Ángeles? Pensaba hacia sus adentros en ese diálogo interno repetitivo y sin pausa, como un mar de voces que lo deprimían cada vez más.

Justo en el momento que se estaba levantando para irse, ve sentado en una de las mesas al “otro”, ese ladrón que le había robado lo poco que tenía y amaba. No lo mataría por la espalda o con un ataque imprevisto, tenía dignidad. Acercándose a la mesa, le dice entre lágrimas y tartamudeos de enojo que lo retaba a un duelo. Para situarnos un poco en la situación, en esa época era costumbre “arreglar cuentas” de esta forma. Hasta el presidente Julio A. Roca llevaba consigo un “estoque”, una especie de bastón que hacía de vaina para un punzón.

En ese momento, todo el café cayó bajó un gran silencio. Jamás se había escuchado de un peón retando a duelo a un terrateniente, a un caudillo. Era impensado. Además Juan era un hombre habilidoso con la espada. En la región era el campeón del club de esgrima. Con todos los que estaban en el café, bajaron hasta las orillas del río, donde se jugarían a todo o nada con facón. Juego letal.

La pelea empezó, todas las miradas fijadas en ellos. Los dos eran rápidos y fuertes, era difícil ver los movimientos de sus brazos y piernas atacando y esquivando a la luz de la luna. Habrán pasado 20 minutos así hasta que el terrateniente le dio una puñalada en el costado izquierdo. Luchando por no caer al suelo por el dolor y no ser apuñalado nuevamente, siguió luchando y a los pocos minutos lo apuñalo cerca del hombro. Ahora los dos, fieras heridas, estaban cansados y doloridos. Pero ninguno se daría por vencido. Siguió la pelea, los testigos asombrados y espantados. Por tres largas horas siguió el duelo. Ahora el peón tenía cinco puñaladas y el otro seis. Estaba rayando el alba y los dos estaban pálidos, sudados, cansados y ensangrentados. Ya había poca gente a su alrededor y ahora que se podían ver mejor se asombraban al ver el aspecto de su contrincante. Pero aún así, ninguno daría el brazo a torcer. Al borde del colapso, ambos siguieron la feroz lucha, pero no tardaron mucho en caer ambos al suelo abrazados con sus facones clavados. Los pocos testigos que habían quedado huyeron, dejando a los agonizantes luchadores en el suelo. Ambos fallecieron allí en la orilla del río. Cuando vino la policía y los revisó para averiguar el motivo de tan mortífera pelea, encontraron en la chaqueta de Juan de Dios Zúñiga una carta de amor firmada por Ángeles, y en la mano apretada de Manuel Ramos un anillo de oro con piedras preciosas que ninguno de ellos conocían con la inscripción: Manuel y Ángeles por siempre…

4 comentarios:

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  2. Es de notar la refinada costura dulzona y crocante que debía ondear la filosa Ángeles en sus intimidades, para que aquellos rudos caballeros de lo tosco entregaran el futuro de sus vicisitudes todas, en la poco mesurada hoja de un facón que empotrarían en el otro. Gay paso amar tanto a un platónico para abrazar en la tierra de la muerte a la verdadera eternidad: otro tipo.

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  3. Muy buen blog!! realmente te felciito ! esta muy bien narrado, ya me hice seguidora de tu blog!

    En serio segui escribiendo!!

    Espero te haya gustado el mio! Muchas Gracias por el mensaje! y espero sigas entrando en le coin de canduche!

    saludos

    cande

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    Cande: muchas gracias por tu comentario! y claro que el tuyo me gustó y volveré seguido ; )

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