miércoles, 2 de junio de 2010

Escalada al Fitz Roy

Corría el año 1968 en la provincia de Santa Cruz. Era un verano hermoso, el bosque de la cordillera lleno de sus bellezas exóticas florecidas. Cuando corría a la mañana por el bosque los pulmones se me extasiaban de tanto aire puro, los perfumes de la flora inundaban todo. Ese año tenía un objetivo descomunal: escalar el Fitz Roy. Si, el Fitz Roy! mis amigos y mi familia me decían que estaba loco. En el fondo sabía que tenían razón, pero simpre fue mi obsesión ese cerro.

Por suerte tenía un amigo igual o más loco que yo, José Luis. Cuando se enteró de que quería escalarlo enseguida me dijo que se venía conmigo. "Nada de andar haciendo locuras y dejarme afuera" me decía. Era un muy buen alpinista, desde que tengo uso de razón que andaba escalando. Habíamos aprendido casi juntos, pero el tenía un poco más de experiencia que yo.

A mediados de enero después de prepararnos mental y fisicamente para lo que probablemente sería uno de los desafíos mas difíciles de nuestras vidas juntamos coraje y salimos. Mientras haciamos la parte de trekking hacía el pie de la montaña me acuerdo que tenía una mezcla de nerviosismo y adrenalina increíble. Todavía me acuerdo como si fuese hoy. Ni una palabra dijimos llendo para allá. Cuando llegamos al pie de la montaña los 2 nos quedamos helados. Esa imponente belleza es capaz de dejar boquiabierto a cualquiera.

El prinipio del ascenso fue bastante más fácil de lo que esperabamos y lo hicimos a un paso relativamente rápido, pero con cada metro que ascendiamos se hacía más difícil y canasador. Después de casi una hora y media en que yo iba colocando los seguros para la escalada decidimos tomar un descanso. No habalabamos casi. Ese lugar te hace tan pensativo que cualquier palabra estaría de más. Hablabamos lo mínimo indispensable. La belleza autoctona de ese lugar tan solitario era como si fuese demasiado para que nuestros sentidos puedan tomarlos. Parecía un sueño.

Ya cuando estabamos en el último tramo empezamos a tener mucho miedo. El frío y el intenso viento hacían del ascenso final una hazaña de héroe. Los músculos ya no te respondían normalmente, si es que respondían. Y a cada instante el intenso viento amenazaba con tirarte al abismo. Pero ya faltaban muy pocos metros. Además ya era tarde para echarse atrás. Tengo grabado como con fuego el momento que llegamos a la cima. Es casi imposible explicar con palabras la sencación que se tiene al estar ahí arriba y mirar hacia el horizonte casi sin fin esconderse entre nubes, mirar hacia el sur y el norte y ver la cordillera en toda su majestuosidad como sin límites. Lágrimas de emoción caían silenciosamente por nuestras mejillas. Jamás olvidaré aquélla experiencia.

Ya cuando estabamos bajando el sol que nos había acompañado a la mañana nos abandonaba y se nos venía encima lo que parecía una tormenta bastante fiera. Esa tormenta que se avecinaba tan rápidamente como embrujando todo el lugar nos hacía ir más rápido de lo que podiamos. Estar en una monataña de esas características durante una tormenta puede ser una de tus peores pesadillas hechas realidad.

Nos estaba alcanzando la tormenta a pasos agigantados, no llegaríamos abajo antes que la tormenta. El viento se estaba enfureciendo y el calor se nos escapaba. Nos parecía ver a la muerte cara a cara. Pero no había tiempo para que el miedo nos paralice, había que seguir moviendose, no dejar que el frío haga su trabajo, escaparle a esa amenaza de muerte que conllevaban esas negras nubes.

José Luis y yo estabamos bajando una pared de piedra lisa de unos 15 metros, ya estabamos a la mitad de la montaña mas o menos, parecía que escaparíamos a la muerte. Quedando 6 metros para bajar se resbaló y cayó a las rocas que había al pie de esta pared, lo único que impidió que siga cayendo. Bajé tan rápido como pude para alcanzarlo, mientras escuchaba sus gritos de dolor ahogados por el sonido del viento. Cuando llegué abajo me decía que la pierna izquierda le dolía muchísimo y que no la podía mover casi. Seguramente estaba quebrada o fisurada. El problema es que todavía quedaba un tramo para poder bajar y no podíamos pedir ayuda de ningún tipo más que rogar al cielo por ayuda divina.

Corte la tela de una campera que tenía puesta para envolverle la pierna en un intento de inmovilizar la parte lastimada. Con eso y una de las cuerdas extras nos la arreglamos bastante bien. Ahora el tema era terminar de bajar. Probamos a ver si podía pararse y caminar un poco. Le costaba horrores pero podía moverse un poco con ayuda, asique empezamos a bajar con cuidado. Seguimos asi por un rato hasta que llegamos a una parte que no se podía bajar caminando. Después de un buen rato de pensar decidimos que yo bajaría primero y después uniríamos nuestros arneses con una cuerda para que yo pueda hacer de contrapeso y él pueda bajar sin casi hacer fuerza. Fue díficil porque yo tenía que hacer muchísima fuerza para que baje despacio y no se lastime mas de lo que ya estaba, pero lo logramos.

Seguimos de la misma forma por horas que parecían eternidades. Parabamos muchísimo a descansar porque la pierna de Jose Luis estaba soportando más de lo que podía. Y asi nos alcanzó la helada noche sin cobijo y con el cansancio de lo que parecían ya semanas de montañismo extremo. Pero no podíamos darnos el lujo de parar a descansar demasiado. Había que mantenerse en calor, lo cual implicaba mantenerse en movimiento. Gracias a Dios habíamos sido lo suficiente sabios como para tener antorchas para casco aunque no habíamos planeado andar de noche. La oscuridad hacía nuestro díficil descenso aún más dificil. Con cada paso que dabamos esperabamos lo peor.

Ya a las 7 de la mañana, luego de 25 horas de montañismo extremo sin descanso llegamos al pueblo. No lo podíamos creer. Lo habíamos logrado! nos caían las lágrimas de la alegría. Pensamos que se nos había acabado el tiempo en este mundo. Pero parece que habíamos burlado a la muerte esta vez. Que bien se sentía el calor de una taza de frambuesa caliente sentado junto al hogar prendido. La seguridad de allí dentro la valoraba como oro ahora.

Jose Luis pudo ser atendido por un médico local que hizo muy bien su trabajo. Con unos meses de recuperación podría volver a escalar. Sin embargo nunca volvió a hacerlo. Yo escalé unos años más, eso sí, nunca más deafié al Fitz Roy...

8 comentarios:

  1. Hola William, me atrapaste en tu historia
    pude sentir el cansancio el frio y el golpe
    de José Luis,me encanto tu relato,tienes muy
    buenas historias para el recuerdo querido amigo.
    Un abrazo que estes muy bien.

    ResponderBorrar
  2. Inquietante aventura. Ganar el pulso al Fitz Roy debió ser una gran superación, lo mismo que llegar a su cima: con tu relato creo que todos los que te leemos hemos llegado también.

    El placer que se consigue cuando alcanzas desafíos es una de las sensaciones más placenteras que hay.

    Me ha gustado mucho tu relato, me ha gustado iniciar la escalada contigo y compartir esa satisfacción.

    Un abrazo hacia el fin del mundo!

    ResponderBorrar
  3. el fitz roy es hermoso!!! tuve la suerte d verlo d cerquita! :)

    ResponderBorrar
  4. Acabo de descubrir tu blog. Las historias atrapan. ¡Espero la siguiente entrada!

    ResponderBorrar
  5. JAJAJA WILLIAM CADA VEZ QUE TE LEO, SIENTO QUE ME FALTA MUCHA AVENTURA POR VIVIR! INCREIBLE LA HISTORIA!!! COMO DIJO MARISA, GRACIAS A TU RELATO SIENTO QUE YO TAMBIEN LO PUDE ESCALAR....

    ME HICISTE ACORDAR A MI TIO QUE ESCALO EL ACONCAGUA..

    COMO SIEMPRE DIGO TENES EL DON PARA ESCRIBIR!

    te digo que me gusto la idea de escribir la segunda parte de la historia... como hacemos?
    te mando un beso enorme
    y gracias por siempre pasar por le coin de canduche!

    ResponderBorrar
  6. Gladys: gracias por tu comentario! saludos!

    Marisa: gracias por venirte hasta el fin del mundo! jeje. Saludos!

    Lola: que suerte! la verdad que es muy lindo. gracias por pasar!

    Maria: buenísimo! acabo de publicar una nueva, a ver que te parece. Saludos

    Cande: Como siempre gracias por siempre pasarte y dejar tu huella. Te deje un comentario en tu última entrada con la propuesta para la segunda parte de la historia. Abrazo!

    ResponderBorrar
  7. Muy bueno William. Has logrado un relato que nos va llevando paso a paso, sufriendo y viviendo tus experiencias.

    En la década del 70, un sacerdote amigo y muy buen escalador quiso subir al Fitz Roy. Lo acompañaban dos jovenes principiantes en el tema de escalar. Uno de los chicos, así nos conto el cura, cayó en una grieta. Logró sacarlo. Regresaron, y cuando estaban a salvo, el cura se dirigió a la montaña, levantó el puño y le mandó una palabrota que no me anímo a escribir. Nunca regresó al Fitz Roy.

    Saludos.
    mariarosa

    ResponderBorrar
  8. Mariarosa, gracias por pasarte y compartir tu anecdota. El Fita Roy suele lograr eso. Pero es hermoso.
    Saludos

    ResponderBorrar