miércoles, 30 de junio de 2010

Recuerdos (segunda parte)

Una vez afuera del hielo continental encontramos un arroyo al lado del cual acampamos e hicimos un fuego. Habíamos salido, pero todavía estábamos hambrientos y débiles, aunque con las esperanzas renovadas. Al otro día empezamos a bordear el arroyo que eventualmente se hizo un río. Después de otros cuantos días a pie llegamos a La Leona, un refugio/hotel que nos abrió sus puertas. Nos dieron una pieza con algunas camas cuchetas, una comida caliente y un baño. Después de esa experiencia era como si hubiésemos llegado al paraíso. Al verme en el espejo me parecía estar viendo a un espectro y no el rostro de un hombre. Tenía ojeras, la cara media morada por el frío, me habían crecido unas cuantas canas y estaba extremadamente flaco. Después de un buen baño y un plato caliente de comida ya te sentías mucho mejor.

Esa noche dormí como un bebé. Al otro día me levantó una mujer muy hermosa con una sonrisa y una bandeja (me había traído el desayuno a la cama). Me tuve que pellizcar porque (y esto me lo acuerdo muy bien) pensé que estaba soñando. Pero su dulce voz era muy real, aunque de una realidad casi utópica. Por adentro lamentaba conocerla en esta circunstancia. Estaba totalmente demacrado. Si me veía igual que ayer no inspiraría mucho amor, mas que nada lástima. Y nunca fue mi idea dar lástima. Todo lo bueno que tenga en mi vida tenía conseguirlo por mi cuenta y no como un acto de caridad (así me había enseñado mi padre). Siempre luchar por lo que uno quiere. Y por sobre todo nunca darse por vencido. Perdón, ya me fui por las ramas. Creo que ese no era el punto.. eeh... a sí, la chica. Como puedo perderme así, que vergüenza. Ya estoy viejo.

Esa mañana no pude dejar de pensar en ella. En todo la veía a ella. Así como el dicho todos los caminos llevan a Roma, en mi mente era todos los caminos llevan a Jeannette (si, hasta su nombre era hermoso). Nunca había sentido una conexión tan fuerte con alguien y menos con alguien que apenas conocía. Desde ese día empecé a creer en el amor a primera vista, porque seguramente era lo que me estaba pasando a mí.

Cuando juntaba el valor suficiente cambiábamos algunas palabras y de a poco nos íbamos conociendo. Era tan difícil hablar con ella, estaba totalmente aterrado porque era inalcanzable (por lo menos en mi mente). Pensaba cada palabra una y otra vez como una jugada de ajedrez, pero cada vez que me acercaba se me borraba todo y terminaba quedando en jaque yo. No lo comprendía, jamás me había pasado esto, nunca había tenido problemas para acercarme a una chica. Pero claro ninguna era ni cerca de lo que era ella. Supongo que era todo culpa de mi mente que me traicionaba una y otra vez...

Pero como ya dije antes, no me doy por vencido fácilmente. Pegaba el salto y me daba la cara contra el piso y me volvía a levantar para tomar carrera y saltar de vuelta y otra vez darme la cara de lleno contra el suelo. Mis amigos me preguntaban que me estaba pasando que estos últimos días me veían raro. Yo como siempre fui muy introvertido y les dije la tonta mentira: "nada". Supongo que no me habrán creído, pero poco me importaba (o por lo menos fingía que no me importaba). En realidad si me importaba, pero como siempre me engañaba a mí mismo diciéndome que no me importaba y terminaba dejando todo enterrado dentro mío, consumiéndome lentamente.

Ella un día me preguntó que me pasaba. A ella no le mentiría. Con mi mente y corazón corriendo muy por delante mío logre sacar las palabras, le fui diciendo todo lo que me pasaba, como me había enamorado de ella a primera vista, como no podía decirle todo esto y como me estaba atormentando eso. Cuando terminé de decirle hasta la última palabra fue como si se hubiese roto un hechizo y todo volvía a su tonta realidad. Pero casi sin saberlo nos estábamos besando con pasión y todo volvía a ser mágico de vuelta, estaba de vuelta en el cuento de hadas solo que esta vez lo estaba disfrutando. Disfrutaba cada instante de sus dulces labios, del perfume en su pelo, de la suavidad de su piel. La miraba a los ojos y me perdía en su mirada, le brillaban mas, me sonreía. Fue un momento perfecto.

martes, 22 de junio de 2010

Recuerdos

Cambio un mueble de lugar, subo las escaleras, me agito un poco. Me empiezo a cansar. Pienso lo mucho que he cambiado con estos años. Ya no soy ese escocés que le hizo frente a una Patagonia desconocida y salvaje. Miro hacia atrás con cierto orgullo al hombre que solía ser.
Pero en estos años ha cambiado tanto que me pregunto si soy el mismo. Llego a pensar incluso si fue un sueño y ese hombre jamás existió. Esos recuerdos parecen cautivos de un mundo lejano e inalcanzable. Pero una vez que la mente me plantea todos esas jugadas torcidas me pongo a ver alguna que otra foto que tengo con mis amigos en Chubut, en Santa Cruz. Veo la página de diario que aún conservo de aquella vez. Entre todo eso encuentro una foto de ella y todo empieza a volver, los recuerdos me traen emociones muy fuertes, especialmente los que tienen que ver con ella. He encontrado la llave para entrar a ese mundo mágico.

Había llegado a la Patagonia buscando nuevas oportunidades. Argentina era en ese momento la tierra de las oportunidades, asique estaba seguro que las encontraría. Estuve un año en la península valdés haciendo trabajos en el puerto para juntar plata y poder irme a alguna otra parte del país, recorrer lugares solitarios de la Patagonia. Ahí conocí a algunos escoceses, galeses e irlandeses que son los que me acompañarían en mi aventura. Cuando junté el dinero suficiente para todo lo que necesitaba partí con estos seis amigos hacía la cordillera.

Íbamos hacia el sur. Los paisajes te dejaban atónito. Lo más increíble era la soledad de aquellos lugares. La soledad los hacían mágicos, le agregaban misterio. El silencio abrumador era interrumpido por el viento que te castigaba sin piedad, y si prestabas atención por el ruido de algún arroyo o río brotando con vida, o un cóndor o águila. Por las noches había que luchar contra el intenso frío. Igual como me había criado en Escocia estaba acostumbrado. Pero durante el día al recorrer esos lugares decidías que valía la pena bancarse todo eso.

Aunque todo eso era una hazaña en sí misma casi, lo que realmente destacó fue cuando encontramos lo que hoy se llama "el hielo continental", extensiones inmensas de hielo en la provincia de Santa Cruz, llegando al límite con Chile. Al descubrirlo no pudimos seguir indiferentes nuestro viaje. Tomamos provisiones y nos aventuramos hacía adentro.

Caminar sobre esa superficie de hielo cubierto con nieve era muy cansador. Estabamos avanzando menos de lo que creíamos que ibamos a poder. Pero abandonar no era una opción... asique le hicimos frente de todas formas a esa tierra salvaje e indomable. Uno de los días nos agarró una tormenta de nieve y viento. No se veía más de 1 metro delante tuyo. Te tropezabas con muchísima facilidad. Duró unas 2 horas en las que seguimos caminando de todas formas (tratar de armar las carpas con ese intenso viento sería totalmente inútil). Cuando terminó la tormenta ya había oscurecido, asique acampamos ahí mismo. Al otro día, el que tenía la brújula nos despertó a todos desesperado. No encontraba la brújula. Creía que se le había caído durante la tormenta alguna de las veces que se tropezo.

Salimos todos enseguida a buscar en la nieve aunque sabiamos que sería buscar una aguja en un pajar. Después de un rato nos dimos por vencidos, era una pérdida de tiempo. Decidimos intentar volver sobre nuestros pasos para poder salir de aquél lugar, tan hermoso como letal. Estuvimos una semana caminando sin ver nada que nuestra mente reconozca. Estabamos claramente perdidos.

A las dos semanas, ya nos quedabamos sin provisiones. Cualquiera sabe que para hacer ejercicio físico se necesita bastante energía. Para mantener el calor corporal se usa más energía todavía. Estabamos en un serio problema. Ahí no había nada que pudiesemos cazar para comer. Y no hay plantas ni bichos tampoco. Era una pesadilla... Nos peleabamos constantemente. El estrés nos estaba empezando a dividir como grupo, nos hechabamos las culpas. El pobre que perdío la brújula fue el que peor la pasó. Yo me hechaba la culpa porque había sido el de la idea. Tendríamos que haber avisado a otras personas por si pasaba algo asi que nos fuesen a buscar con un grupo de rescate. Pero ahora ya era muy tarde.. el error estaba hecho. Ya saben como dicen: de nada sirve llorar sobre la leche derramada.

Ya era la tercer semana y todavía no encontrabamos la salida. Estabamos débiles, casi moribundos diría yo, no se, por ahí me acuerde mal, no estoy muy seguro. Pero me acuerdo sí que no estabamos diez puntos. Nuestra razón no era nuestra mejor cualidad en ese momento, la desesperación que teníamos no lo permitía. Había algunos que se querían dejar morir, que decían que era inútil seguir caminando y buscando la salida. Con la ayuda del resto del grupo pudimos alentarlos y convencerlos de seguir. De eso estaba muy seguro: no iba a dejar que nadie se muera mientras pueda evitarlo. El fracaso nunca fue una opción para mi.

Ya a la cuarta semana ni los mas optimistas de nosotros tenía esperanza. Pero esa fuerte convicción de que no había que abandonar la esperanza nos hizo seguir adelante. Ya al final de la semana cuando parecía que moriríamos en cualquier momento vimos de lejos lo que parecía un bosque y el final del hielo. Yo miraba a mis compañeros pensando que estaba alucinando, que eran todos trucos de mente. Pero la cara de asombro y alegría de ellos me convencía de lo contrario. Estabamos destrozados físicamente, pero de alguna forma encontramos fuerza y hechamos a correr como locos.

Al llegar al primer árbol creo que lo abraze de la alegría que tenía. Pero la verdad es que esas memorias están medias confusas. Capaz fui mas sensato, o menos, ya no se. Lo único que se es que un milagro nos sacó a todos vivos de aquél lugar. De eso no hay duda.

miércoles, 2 de junio de 2010

Escalada al Fitz Roy

Corría el año 1968 en la provincia de Santa Cruz. Era un verano hermoso, el bosque de la cordillera lleno de sus bellezas exóticas florecidas. Cuando corría a la mañana por el bosque los pulmones se me extasiaban de tanto aire puro, los perfumes de la flora inundaban todo. Ese año tenía un objetivo descomunal: escalar el Fitz Roy. Si, el Fitz Roy! mis amigos y mi familia me decían que estaba loco. En el fondo sabía que tenían razón, pero simpre fue mi obsesión ese cerro.

Por suerte tenía un amigo igual o más loco que yo, José Luis. Cuando se enteró de que quería escalarlo enseguida me dijo que se venía conmigo. "Nada de andar haciendo locuras y dejarme afuera" me decía. Era un muy buen alpinista, desde que tengo uso de razón que andaba escalando. Habíamos aprendido casi juntos, pero el tenía un poco más de experiencia que yo.

A mediados de enero después de prepararnos mental y fisicamente para lo que probablemente sería uno de los desafíos mas difíciles de nuestras vidas juntamos coraje y salimos. Mientras haciamos la parte de trekking hacía el pie de la montaña me acuerdo que tenía una mezcla de nerviosismo y adrenalina increíble. Todavía me acuerdo como si fuese hoy. Ni una palabra dijimos llendo para allá. Cuando llegamos al pie de la montaña los 2 nos quedamos helados. Esa imponente belleza es capaz de dejar boquiabierto a cualquiera.

El prinipio del ascenso fue bastante más fácil de lo que esperabamos y lo hicimos a un paso relativamente rápido, pero con cada metro que ascendiamos se hacía más difícil y canasador. Después de casi una hora y media en que yo iba colocando los seguros para la escalada decidimos tomar un descanso. No habalabamos casi. Ese lugar te hace tan pensativo que cualquier palabra estaría de más. Hablabamos lo mínimo indispensable. La belleza autoctona de ese lugar tan solitario era como si fuese demasiado para que nuestros sentidos puedan tomarlos. Parecía un sueño.

Ya cuando estabamos en el último tramo empezamos a tener mucho miedo. El frío y el intenso viento hacían del ascenso final una hazaña de héroe. Los músculos ya no te respondían normalmente, si es que respondían. Y a cada instante el intenso viento amenazaba con tirarte al abismo. Pero ya faltaban muy pocos metros. Además ya era tarde para echarse atrás. Tengo grabado como con fuego el momento que llegamos a la cima. Es casi imposible explicar con palabras la sencación que se tiene al estar ahí arriba y mirar hacia el horizonte casi sin fin esconderse entre nubes, mirar hacia el sur y el norte y ver la cordillera en toda su majestuosidad como sin límites. Lágrimas de emoción caían silenciosamente por nuestras mejillas. Jamás olvidaré aquélla experiencia.

Ya cuando estabamos bajando el sol que nos había acompañado a la mañana nos abandonaba y se nos venía encima lo que parecía una tormenta bastante fiera. Esa tormenta que se avecinaba tan rápidamente como embrujando todo el lugar nos hacía ir más rápido de lo que podiamos. Estar en una monataña de esas características durante una tormenta puede ser una de tus peores pesadillas hechas realidad.

Nos estaba alcanzando la tormenta a pasos agigantados, no llegaríamos abajo antes que la tormenta. El viento se estaba enfureciendo y el calor se nos escapaba. Nos parecía ver a la muerte cara a cara. Pero no había tiempo para que el miedo nos paralice, había que seguir moviendose, no dejar que el frío haga su trabajo, escaparle a esa amenaza de muerte que conllevaban esas negras nubes.

José Luis y yo estabamos bajando una pared de piedra lisa de unos 15 metros, ya estabamos a la mitad de la montaña mas o menos, parecía que escaparíamos a la muerte. Quedando 6 metros para bajar se resbaló y cayó a las rocas que había al pie de esta pared, lo único que impidió que siga cayendo. Bajé tan rápido como pude para alcanzarlo, mientras escuchaba sus gritos de dolor ahogados por el sonido del viento. Cuando llegué abajo me decía que la pierna izquierda le dolía muchísimo y que no la podía mover casi. Seguramente estaba quebrada o fisurada. El problema es que todavía quedaba un tramo para poder bajar y no podíamos pedir ayuda de ningún tipo más que rogar al cielo por ayuda divina.

Corte la tela de una campera que tenía puesta para envolverle la pierna en un intento de inmovilizar la parte lastimada. Con eso y una de las cuerdas extras nos la arreglamos bastante bien. Ahora el tema era terminar de bajar. Probamos a ver si podía pararse y caminar un poco. Le costaba horrores pero podía moverse un poco con ayuda, asique empezamos a bajar con cuidado. Seguimos asi por un rato hasta que llegamos a una parte que no se podía bajar caminando. Después de un buen rato de pensar decidimos que yo bajaría primero y después uniríamos nuestros arneses con una cuerda para que yo pueda hacer de contrapeso y él pueda bajar sin casi hacer fuerza. Fue díficil porque yo tenía que hacer muchísima fuerza para que baje despacio y no se lastime mas de lo que ya estaba, pero lo logramos.

Seguimos de la misma forma por horas que parecían eternidades. Parabamos muchísimo a descansar porque la pierna de Jose Luis estaba soportando más de lo que podía. Y asi nos alcanzó la helada noche sin cobijo y con el cansancio de lo que parecían ya semanas de montañismo extremo. Pero no podíamos darnos el lujo de parar a descansar demasiado. Había que mantenerse en calor, lo cual implicaba mantenerse en movimiento. Gracias a Dios habíamos sido lo suficiente sabios como para tener antorchas para casco aunque no habíamos planeado andar de noche. La oscuridad hacía nuestro díficil descenso aún más dificil. Con cada paso que dabamos esperabamos lo peor.

Ya a las 7 de la mañana, luego de 25 horas de montañismo extremo sin descanso llegamos al pueblo. No lo podíamos creer. Lo habíamos logrado! nos caían las lágrimas de la alegría. Pensamos que se nos había acabado el tiempo en este mundo. Pero parece que habíamos burlado a la muerte esta vez. Que bien se sentía el calor de una taza de frambuesa caliente sentado junto al hogar prendido. La seguridad de allí dentro la valoraba como oro ahora.

Jose Luis pudo ser atendido por un médico local que hizo muy bien su trabajo. Con unos meses de recuperación podría volver a escalar. Sin embargo nunca volvió a hacerlo. Yo escalé unos años más, eso sí, nunca más deafié al Fitz Roy...